viernes, 21 de octubre de 2011

Dorothy Fauret: I

I


Cerca de tres veces la soñó antes de besarla por primera vez. La primera vez que ella se apodero de sus pensamientos se hallaba en una elevada terraza, se observaban a lo lejos las praderas por donde solía deslizarse cuando era tan solo un niño, el tiempo de un momento a otro parecía elevar exponencialmente su velocidad. El parque a la orilla del río, los jardines adornados de una extraña naturaleza, las amplias arboledas que teñían de sombras a cuanto objeto se les cruzara y las extrañas estatuas que parecían darle vida y autonomía a este pueblo. El Sol resplandeciente del atardecer cegaba sus ojos. Cerró los ojos y la volvió a imaginar. El perfume de su piel se apodero de sus sentidos. La textura de sus labios y la forma de su sonrisa. Una extraña ternura lo invadió por completo y le hizo pensar en ella una y otra vez hasta el fin del día, hasta volver de nuevo a encontrarse con ella en sus sueños. Todo parecía correr y avanzar tan rápido. Había una agitación y gran exaltación en su respiración. No podría vivir un día más sin poder encontrarla. No más.


A la mañana siguiente despertó con una sensación de no pertenencia a este mundo. Parecía ser alguien de otra galaxia. Él se sentía totalmente distinto. Mostraba unas facciones de serenidad y tranquilidad jamás experimentadas. Aquella mañana tenía un clima diferente, las nubes envolvían al cálido pueblo con estatuas autónomas adueñándose del día conforme las horas transcurrían. Él sabía que algo sucedería, y así fue. Sin embargo, todo ocurrió en el momento más inesperado. Sabía que al fin él y su primer gran amor ficticio se verían por primera vez a los ojos. El mundo real y el mundo fantástico no se encuentran tan distantes.


Hizo todo como de costumbre, por alguna extraña razón sabía que si alteraba la rutina diaria, nada sucedería. En la pequeña radio que se sostenía sobre una mesita sonaba la voz de la celebridad del momento. James Cryer, un político obsesionado con la monopolización de la educación a nivel estatal, claro, expresándolo todo de una manera más amable para el oído. Decidió cambiar hasta su estación preferida, escuchando entonces la voz tan familiar de su locutor preferido. Se hablaba de temas tan diversos, variando de la escasez de agua hasta la fórmula secreta de la Coca - Cola. Aquello era un tanto estúpido y decerebrado, sin embargo, sentía cierta afinidad con el locutor de poca audiencia.


Eran ya las 10 de la mañana y la paciencia comenzaba a terminar. Eran días de vacaciones. Lamentablemente el trabajo no entro dentro de sus opciones de actividad diaria. No había nada por hacer, más que imaginar, escribir y dibujar, sus tres actividades preferidas. Rodeado de inquietos pensamientos y de vagas ilusiones, se sentó a esperar y esperar. Preparo el desayuno, sin embargo, no le dio ni la más mínima probada. Hizo lo que mejor sabía hacer, se sentó y observo fijamente la pared de su recamara. Había una pequeña silueta que parecía sonreírle pero la puerta que se contraponía a la pared le impedía observarla por completo. Durante un pequeño instante contuvo la respiración, pensó si mover o no la puerta, para de esta manera apreciar por completo la figura, sin embargo, no lo hizo, y siguió buscando entre las irregularidades de la pared. Fue entonces cuando encontró aquel extraño rostro escondido entre la multitud de monstruos y personas bautizados a través de su estancia en el departamento de no más de 10 años de antigüedad. No tardó ni un poco en tomar su libreta y dibujar la imagen que se presentaba ante sus ojos. El arte para él era la manera de inmortalizarse. Era la manera de grabar su nombre en lo más íntimo del planeta Tierra.


A fin de cuentas, era probable que aquellas pinturas y dibujos le retribuyeran un poco de dinero en un futuro cercano. Se aproximaba a la quiebra económica y aún así, nada le importaba. Todos sus pensamientos se centraban en ella. En un ser imaginario del que no conocía ni siquiera su nombre.


Ya se había cansado de estar solo. Salió a caminar. La mañana ya se había esfumado, el Sol iluminaba el duro pavimento y las calles permanecían solitarias. Parecía ser perseguido por una eterna soledad, llena de nostalgias y de recuerdos ya casi enterrados en un olvido que lo castigaba día con día, aferrando los momentos más crueles a lo más profundo de su ser.


Caminaba sin rumbo alguno, su vida carecía de dirección y sentido. Sus ideas poco a poco alcanzaban el máximo grado de deformación. Aquellas historias aterradoras y magnificas que solía relatar años atrás eran ahora vagas palabras. La música desapareció tal y como desaparecen los árboles. Nada importaba desde hace algún tiempo. No había más que aferrarse a su imaginación. Su modo de sobrevivencia era la creatividad. Tenía como único objetivo la transformación de la fantasía en realidad. Es sencillo cuando crees saber qué es lo que necesitas, cuando crees saber cuál es la decisión correcta.


El pueblo era lo más desconsolador jamás imaginado. Caminó hacia las estatuas autonómas que se adueñaban día con día de los negros pastizales que corroían poco a poco las erosionadas aceras. A lo lejos observó el puente y antes de que tuviera tiempo para notarlo allí estaba ella. Estaba esperándolo. Eran exactamente las 4:32 de la tarde. El tiempo se detuvo.

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